viernes, 4 de abril de 2014

Democracia en contra de la democracia

Por Gonzalo Peltzer
Generaliza deprimido el protagonista del Salmo 115 que todos los hombres son mentirosos. Y agregan los que saben que los únicos que nunca mienten son los autistas, que en ese sentido están más sanos que todos nosotros. Pero igual el razonamiento del salmista de la Biblia es imposible, porque si es verdad que todos los hombres mienten hay por lo menos uno que no miente, y si es mentira, entonces resulta que algunos dicen la verdad.
Dicen que fue en la época de Alejandro Magno que empezó el cinismo en la política. En todo caso habría que saber cuándo fue que el primer gobernante necesitó de la mentira para mantenerse en el poder. Y eso ocurrió cuando empezó la política, que parece ser el arte de conseguir el poder y mantenerse en él… a como dé lugar.
El cinismo es algo más que mentir: es mentir sin que se te mueva un pelo. Mentir sabiendo que se miente y que los demás también lo saben. Mentir descaradamente. Mentir hasta que no te moleste que te enrostren tus mentiras. Y el que lo estableció como herramienta de la política no fue Aristóteles –maestro de Alejandro Magno– sino Nicolás Maquiavelo, que era el Jaime Durán Barba de los Sforza, los Borgia y los Medici allá por los siglos XV y XVI. Pero no hay que echarle toda la culpa a los Maquiavelos del siglo XXI de la ola gigantesca de cinismo que contamina la política. ¿Quién es más responsable: el que aconseja o el que sigue el consejo? Ningún gobernante de nuestro tiempo dirá jamás que hace algo porque se lo aconsejó su Maquiavelo de cabecera.
Ahora el escenario es Venezuela. Cuando murió Hugo Chávez, Nicolás Maduro apuró las elecciones porque sabía que cada día que pasaba perdía los pocos votos que habían separado a Chávez de Henrique Capriles. Fue una carrera contrarreloj que ganó raspando. Pero desde que en toda Venezuela empezaron las manifestaciones y los piquetes (las guarimbas) en contra del gobierno sin rumbo de Nicolás Maduro, el poder político ha apelado a la única legitimidad que le queda: ellos ganaron las elecciones y debe respetarse la voluntad popular hasta que termine el mandato. En medio de este joropo la asambleísta María Corina Machado acudió a la Organización de Estados Americanos para exponer la situación venezolana ante los países miembros. Como su propio país no quiere ninguna intervención de la OEA y el consenso bolivariano aplaude automáticamente, Panamá le prestó su banca. Igual no la dejaron hablar los discursos interminables de los países que entienden la democracia como la imposición a las minorías del pensamiento de las mayorías. Por este intento de intervención en la OEA, sin ningún tipo de juicio político, el presidente de la Asamblea Nacional y el Tribunal Superior de Justicia de Venezuela destituyeron a Machado y le quitaron su curul. Bueno, resulta que María Corina Machado es la diputada que más votos sacó en la elección del 26 de septiembre del 2010 que la instaló en la Asamblea.
Es decir que los mismos votos que sirven a uno para imponer su pensamiento y su autoritarismo, no le sirven a otra en defensa de la representación del pueblo para el que fue elegida por una inmensa mayoría de votantes.
Convengamos que si la democracia son solo los votos para después hacer lo que quieren, deberían dejar a María Corina Machado ir a hablar a donde se le dé la gana. Si aceptan en cambio que la democracia es un sistema de convivencia pacífica entre personas que piensan distinto, Maduro deberá atender los reclamos de su pueblo y dejar de ser un autoritario maquiavélico igual que su antecesor inmediato.
Por una de esas piruetas desgraciadas de la historia, en gran parte de nuestra América el poder político está abusando de la democracia con fines antidemocráticos. O, dicho de otro modo, los autoritarios de nuestra América encontraron la fórmula para llegar al poder por un sistema democrático –los votos– y fregarse en el sistema republicano y democrático desde ahí arriba. Una vez que llegan, imponen su pensamiento y anulan los límites al poder, se quedan mientras viven, hacen elegir a sus mujeres o a sus hijos y hasta se divorcian si la Constitución no los deja hacer estas martingalas. Su herramienta es el cinismo a ultranza. No les importa mentir y lo hacen con el descaro de Alberto Fujimori o Juan Domingo Perón, el mismo de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello para tratar a María Corina Machado. Pero a medida que crece su autoritarismo pierden su autoridad. Sin credibilidad ni confianza es imposible gobernar, una familia, un club de fútbol, un municipio o un país. Aconsejado por su tocayo Maquivelo, Maduro ha hecho justo lo que no tenía que hacer.
Pero no hay que echarle toda la culpa a los Maquiavelos del siglo XXI de la ola gigantesca de cinismo que contamina la política. ¿Quién es más responsable: el que aconseja o el que sigue el consejo? Ningún gobernante de nuestro tiempo dirá jamás que hace algo porque se lo aconsejó su Maquiavelo de cabecera.
FUENTE: PUBLICADO EN EL UNIVERSO.COM -  http://www.eluniverso.com/opinion/2014/04/04/nota/2585331/democracia-contra-democracia?src=menu

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