sábado, 25 de octubre de 2014

Francisco, ¿El Papa tercermundista o el Papa estratega?

Por Agustina McWhite *
Cuando el Cardenal Jorge Bergoglio fue elegido Sumo pontífice de la Iglesia Católica, muchos argentinos se alegraron, festejaron y otros más sensibles lloramos. Unos veníamos siguiendo el proceso de elección más de cerca y tuvimos una corazonada de que el Papa sería el argentino Bergoglio.
La idea general fue que “nos ayudaría” a librarnos de las injusticias que se cometen en el país, no es necesario nombrar cuáles son. Estábamos desesperados para que hiciera alusión a los gobiernos déspotas como los de Argentina y Venezuela, pero sobre todo de Argentina porque Bergoglio es uno más, “es nuestro”. ¿Quién mejor que un compatriota para identificar los problemas y hacer alusión al respecto desde la Cabeza de una Institución con más de 2 mil años?
Los meses fueron pasando y los ánimos comenzaron a caldearse. Sobre todo cuando recibió por tercera vez a la Presidente Cristina Fernández de Kirchner: “Una vez es protocolar; dos veces es alarmante; tres es complicidad”, sintieron y pensaron algunos indignados.
Aquellos sentimientos de amor y de esperanza comenzaron a extinguirse de las mentes y del Alma de los argentinos. Comenzó a reinar en ellos una sensación de desamparo, de injusticia y empezaron a catalogarlo como “cura tercermundista; marxista, a fines del gobierno”, todas cualidades en contraste con San Juan Pablo II. Sin recordar que Bergoglio, en su tiempo cuando era Arzobispo de Buenos Aires, declaró ante el Tribunal de la Diócesis de Roma al inicio del proceso de Beatificación y Canonización del Papa polaco, que él fue “testigo ocular de su Santidad“. Sin embargo, exhortar que Francisco y S. Juan Pablo II, sean iguales y tomen las mismas medidas papales, sería un deseo descomunal, pues Francisco, -y esto hay que tenerlo muy en claro-, es Jesuita.
No podría negar que cuando me enteré de la tercera visita de Fernández de Kirchner a Ciudad Vaticano, me alertó. Mentiría si dijera que me pareció “normal” o que, eventualmente, era lo que “esperaba”. Todo lo contrario. Pero mi intelecto, en ese momento espantado y sorprendido, se sosegó al recordar que cuando menos lo esperaba, Francisco, se atrevió a hacer diversas declaraciones respecto de temas coyunturales que yo esperaba fervientemente y que, cuando había comenzado a desilusionarme, de repente, sin recato ni disimulo, hizo.
Había aludido sobre la “Violencia política de los setenta”:“Nosotros en América Latina hemos tenido experiencia de un manejo no del todo equilibrado de la utopía, y en algún lugar, en algunos lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó, y al menos en el caso de la Argentina podemos decir ¡cuántos muchachos de la Acción, por una mala educación de la utopía, terminaron en la guerrilla de los años ’70!”.
El párrafo que acabo de citar, a mí no me quita la esperanza y me deja dormir tranquila por la noche. En mis fueros íntimos, pienso: “se animó y lo dijo. Hizo alusión cuando pensé que no haría ninguna o que se tomaría más tiempo para hacerlo”.
El tiempo, ese juez insobornable que da y quita razón, es una de las claves para entender el pontificado de Francisco. Tener paciencia es el segundo elemento que necesitamos y no desanimarnos, es por necesidad, una obligación. Muy útil sería recordar que sólo lleva un año de gobierno religioso, no podríamos pretender o exigir, o en dicho caso, sería demasiado pretencioso de nuestra parte, que en un año pueda solucionar lo que la Iglesia o Argentina no ha solucionado en décadas. Asimismo, sería una utopía colosal conminar que “desde Ciudad Vaticano se dirija o gobierne Argentina”.
El hecho de que nosotros, como ciudadanos comunes y corrientes nos impregnemos y nos desbordemos de pasión –que las pasiones son buenas mientras se cuide el exceso-, nos alteremos y queramos que las cosas sucedan de un día para el otro; que una foto pueda sacar lo peor del ser humano; que un recibimiento, o dos, o tres, puedan convertirnos casi en compinches del Diablo, no significa que debamos suponer, o peor aún, exigir que el Papa se contagie de nuestra euforia del Animal Político que todos llevamos dentro.
Cuando resultó elegido Papa, para sorpresa de muchos y desencanto de otros, él sabía en lo que se estaba metiendo. El primer Papa Latinoamericano. ¡Vaya misión! Sabiendo de los distintos tipos de barbarie que azotan al Continente del Sur. Sería todo un desafío poder ayudar a ese respecto. Y así como sabía de las problemáticas de América Latina, también sabía de quiénes las producían: nombre y apellido de cada uno de los Presidentes y las decisiones políticas y económicas de estos.
¿Se imaginan a la Cabeza de la Iglesia eligiendo con quién tomarse fotos y con quién no? ¿Negándoles un acercamiento o un regalo a quien fuere? Aunque si bien pueda imaginarlo, mi raciocinio me lo niega. ¡Las puertas de Ciudad Vaticano no están abiertas para vos!”, sería otra canallada imaginativa. Entonces, si sabemos que sólo son deseos y pasiones de un Animal Político; simpleza o grandeza de todo aquello que pudiera provenir del acto de imaginar, y de todo cuanto la “Libertad” que tenemos como ciudadanos nos permite (no usar remera de “La Cámpora, elegir si comprar o no el informe “Nunca Más”, quemarlo o desencuadernarlo, enaltecer las investigaciones de Jorge Lanata o criticar su pasado, etc) ¿por qué establecemos, casi por Convención Social, que así debe ser? ¿Por qué exigimos de la misma manera de quienes protestamos por sus actos de autoritarismo? Autoritarismo, que, como amantes de la Libertad repudiamos.
No se trata de hacer “propaganda a los corruptos” o insinuar que expreso lo que expreso porque mi “calidad de católica” no me “autoriza” a ver más allá de lo que esta proporciona. Pues, si bien mi religión es la misma que profesa Francisco, yo tengo mis discrepancias personales en muchos aspectos, y son esas discrepancias las que me diferencian de los empedernidos fanáticos; son esas divergencias las cuales me permiten que la religión, -cualquiera sea-, no me absorba y así identificar diversas situaciones y elaborar un pensamiento crítico.
Francisco puede y debe recibir a todos. No se puede negar a nadie, su cualidad de Universal lo amerita y es una exigencia. Las puertas de Ciudad Vaticano deberán, con o sin defecto, estar abiertas a cuantas personas de diferentes banderas políticas sean. Todos ellos libres de llevar el regalo que quieran y crean conveniente. Cada político argentino sabrá si está o no haciendo campaña utilizando al Sumo pontífice y eso recaerá en sus conciencias –si es que las tienen- Sólo Francisco sabe qué hará con dichos presentes, eso nosotros no lo podremos conocer nunca, como así tampoco sabremos de qué hablaron con Cristina Fernández en sus almuerzos privados: quedará a merced en la mesa donde almorzaron. Sólo ellos y Dios sabrán lo que pretende el uno del otro.

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