lunes, 24 de agosto de 2015

Hacia una Nueva Libertad. El Manifiesto Libertario

Por Murray N. Rothbard -CEES
Post image for Hacia una nueva libertad. Reseña del libro¿Por qué triunfará la libertad? Después de haber expuesto el credo libertario y el modo como se aplica a los problemas vitales de nuestro tiempo, y de haber realizado un esbozo de los grupos sociales que pueden sentirse atraídos por ese credo, así como de los momentos en que esto puede ocurrir, tenemos que evaluar ahora las perspectivas futuras de la libertad.
En particular, debo examinar mi firme y creciente convicción personal no sólo de que el libertarianismo triunfará en el largo plazo, sino que además surgirá victorioso en un período sorprendentemente corto. En efecto, estoy convencido de que la oscura noche de la tiranía está llegando a su fin y de que ya se vislumbra el amanecer de la libertad.
Muchos libertarios son muy pesimistas acerca de las perspectivas de la libertad. Y es verdad que, si nos centramos en el crecimiento del estatismo en el siglo xx y en la caída del liberalismo clásico a que nos referimos en el capítulo introductorio, resulta fácil ser presa de pronósticos pesimistas. Este pesimismo puede profundizarce aun más si estudiamos la historia y vemos la crónica negra de despotismo, tiranía y explotación común a todas las civilizaciones. Podría perdonársenos el haber considerado que el súbito surgimiento del liberalismo clásico desde el siglo XVII hasta el XIX en Occidente fue una atípica irrupción de gloria en los tétricos anales de la historia pasada y futura. Pero esto sería sucumbir ante la falacia de lo que los marxistas llaman "impresionismo": un enfoque superficial de los hechos históricos mismos sin un análisis más profundo de las leyes causales y las tendencias operantes. La postura a favor del optimismo libertario puede plantearse en una serie de lo que podría llamarse círculos concéntricos, comenzando con las consideraciones más amplias y de más largo plazo y pasando al enfoque más definido sobre las tendencias de corto plazo. En el sentido más amplio y de más largo plazo, el libertarianismo triunfará con el tiempo debido a que él y sólo él es compatible con la naturaleza del hombre y del mundo. Únicamente con la libertad puede alcanzar el hombre la prosperidad, la realización y la felicidad. En pocas palabras, el libertarianismo triunfará porque es verdadero, porque es la política correcta para la humanidad, y finalmente la verdad vencerá.
Pero semejantes consideraciones de largo plazo plantean, en realidad, un futuro demasiado distante, y el hecho de que haya que esperar varios siglos para que prevalezca la verdad es un magro consuelo para los que vivimos en algún momento particular de la historia. Por fortuna, hay una razón para esperar una realización en un plazo más corto, una razón que nos permite desechar el siniestro registro de la historia anterior al siglo XVIII como carente de relevancia para las perspectivas futuras de libertad. Lo que sostenemos aquí es que la historia dio un gran salto, un cambio de rumbo, cuando las revoluciones liberales clásicas nos propulsaron hacia la Revolución Industrial de los Siglos XVIII y XIX,1 dado que en el mundo preindustrial, el mundo del Antiguo Régimen y de la economía agraria, no había razón alguna por la cual el reino del despotismo no pudiera continuar indefinidamente, por muchos siglos. Los campesinos cultivaban la tierra y los reyes, nobles y señores feudales les quitaban todo el excedente, dejándoles apenas lo necesario para que pudieran subsistir y trabajar.
Por brutal, explotador y triste que fuera el despotismo agrario, su supervivencia era posible por dos razones principales: 1) la economía podía mantenerse, por lo menos en un nivel de subsistencia, y 2) las masas no conocían nada mejor, nunca habían experimentado un sistema superior a ése, y por ende se las podía inducir a que siguieran sirviendo a sus amos como bestias de carga. Pero la Revolución Industrial fue un gran salto histórico, porque creó condiciones y expectativas irreversibles. Por primera vez en16
la historia mundial, se había creado una sociedad en la cual el nivel de vida de las masas fue propulsado desde la mera supervivencia hasta alturas nunca antes imaginadas. La población de Occidente, anteriormente estancada, ahora proliferaba para beneficiarse con las crecientes oportunidades de empleo y buena vida. No es posible volver a la era preindustrial. No sólo las masas no permitirían tan drástico retroceso en sus expectativas de un creciente nivel de vida, sino que el retorno a una economía agraria significaría la hambruna y la muerte de una gran parte de la población actual. Estamos atrapados en la era industrial, nos guste o no. Pero si eso es cierto, entonces la causa de la libertad está asegurada, puesto que la ciencia económica ha puesto en evidencia, tal como lo demostramos parcialmente en este libro, que sólo la libertad y el libre mercado pueden administrar una economía industrial. En resumen, si bien la libertad económica y social habría sido deseable y justa en un mundo preindustrial, en la era industrial es además una necesidad vital. Porque, como lo señalaron Ludwig von Mises y otros economistas, en una economía industrial el estatismo sencillamente no funciona. Por ende, dado un compromiso universal con el mundo industrial, con el tiempo, y mucho antes de que simplemente triunfe la verdad, resultará obvio que el mundo tendrá que adoptar la libertad y el libre mercado como requisito indispensable para la supervivencia y el florecimiento de la industria. Esto fue lo que percibieron Herbert Spencer y otros libertarios del siglo XIX al hacer una distinción entre la sociedad "militar" y la "industrial", entre una sociedad de "estatus" y una sociedad de "contrato".
En el siglo XX, Mises demostró a) que toda intervención estatista distorsiona y debilita al mercado y lleva, si no se la revierte, al socialismo, y b) que el socialismo es una calamidad porque no puede planificar una economía industrial debido a la falta del incentivo de las ganancias, y porque carece de un genuino sistema de precios y de derechos de propiedad sobre el capital, la tierra y otros medios de producción. En pocas palabras, tal como lo predijo Mises, ni el socialismo ni las varias formas intermedias de estatismo e intervencionísmo pueden funcionar. En consecuencia, dado un compromiso general por la economía industrial, estas formas de estatismo deberán ser descartadas y reemplazadas por la libertad y el mercado libre. En nuestro tiempo éste es un plazo mucho más corto que el que imponía la espera del triunfo de la verdad, pero a los liberales clásicos de principios del siglo XX -Sumner, Spencer, Pareto y otros- les pareció un largo plazo verdaderamente insoportable. Y no se los puede culpar por ello, dado que estaban asistiendo a la caída del liberalismo clásico y al nacimiento de las nuevas formas de despotismo a las que tan fuerte y firmemente se opusieron. Fueron, lamentablemente, testigos de su creación.
El mundo tendría que esperar, si no siglos por lo menos décadas, para que se demostrara que el socialismo y el estatismo corporativo eran rotundos fracasos. Pero el largo plazo es aquí y ahora. No es necesario profetizar sobre los ruinosos efectos del estatismo; están aquí, al alcance de la mano. Lord Keynes ridiculizó las críticas de los economistas de libre mercado respecto de que sus políticas inflacionarias serían ruinosas en el largo plazo; en su famosa respuesta, se burló de ellos diciendo que "en el largo plazo todos estaremos muertos." Pero ahora Keynes está muerto y, nosotros estamos vivos, viviendo su largo plazo. Los pollos estatistas han venido a nuestro gallinero. A comienzos del siglo XX, y en las décadas siguientes, las cosas no estaban tan claras. La intervención estatista, en sus diferentes formas, intentó preservar e incluso ampliar una economía industrial mientras frustraba los mismisimos requerimientos de libertad y, libre mercado que son tan necesarios para su supervivencia a largo plazo. Durante medio siglo, la intervención estatista dio rienda suelta a sus depredaciones mediante la planificación, los controles, los elevados y complicados impuestos y, el papel moneda inflacionario sin haber provocado claras y evidentes crisis y dislocaciones, dado que la industrialización de libre mercado del siglo XIX había creado un enorme almohadón que mantenía protegida a la economía de tales devastaciones. Por lo tanto, el gobierno podía imponer gravámenes, restricciones e inflación en el sistema sin cosechar rápidamente sus malos efectos. Pero ahora el estatismo ha avanzado tanto y ha estado en el poder durante tanto tiempo que el almohadón se ha desgastado; tal como señaló Mises en la década de 1940, el "fondo de reserva" creado por el laíssez- faíre se "agotó".
Y ahora, todo cuanto haga el gobierno tiene una respuesta negativa instantánea: los malos efectos son evidentes para todos, incluso para muchos de los más ardientes apologistas del estatismo. En los países comunistas de Europa oriental, y ahora en China, los propios comunistas se han dado cuenta cada vez más de que la planificación central socialista sencillamente no funciona en una economía industrial. De allí el rápido abandono, en los últimos años, de la planificación central y el vuelco hacia el libre mercado, especialmente en Yugoslavia. También en el mundo occidental el capitalismo estatal está en crisis en todas partes, a medída que se va poniendo en evidencia que, en el sentido rnás profundo, el gobierno se ha quedado sin dinero: los crecientes impuestos debilitarán a la industria y a los incentivos más allá de toda reparación, mientras que la creciente creación de nuevo dinero provocará una inflación galopante. Y entonces oímos cada vez más, por parte de aquellos que alguna vez fueron los más ardientes sostenedores del Estado, que “es necesario bajar las expectativas en el gobierno”. En Alemania Occidental, el partido Socialdemócrata abandonó hace tiempo su demanda de aplicar el socialismo. En Gran Bretaña, cuya economía está debilitada por los Impuestos y la grave inflación -lo que incluso los británicos llaman la "enfermedad inglesa"- , el Partido Tory (conservadores), regido durante años por estatistas consagrados, ahora pasó a manos de una facción partidaria del libre mercado, mientras que hasta el Partido Laborista se ha venido apartando del caos planificado del estatismo desenfrenado. Pero es en los Estados Unidos donde podemos ser particularmente optimistas, porque aquí es posible estrechar el círculo del optimismo a una dimensión de corto plazo. De hecho, podemos sostener con toda confianza que este país ha entrado en una situación de crisis permanente, y hasta podemos señalar los años en que comenzó: 1973-1975.
Afortunadamente para la causa de la libertad, no sólo llegó a los Estados Unidos una crisis del estatismo, sino que paseo en forma aleatoria todo el tablero de la sociedad, en varias esferas diferentes y más o menos al mismo tiempo. Así, estos colapsos del estatismo tuvieron un efecto sinérgico, reforzándose mutuamente en su impacto acumulativo. Y no sólo fueron crisis del estatismo, sino que todos las perciben como causadas por el estatismo, y no por el libre mercado, la codicia pública, u otros factores. Y finalmente, sólo es posible aliviarlas sacando al gobierno de la escena. Todo lo que necesitamos son libertarios que indiquen el camino.
Repasemos rápidamente estas áreas de crisis sistémica y veamos cuántas se dieron en
1973-1975 y en los años siguientes. Desde el otoño de 1973 hasta 1975 los Estados Unidos experimentaron una depresión con inflación después de cuarenta años de un supuesto ajuste keynesiano que, en teoría, debía eliminar ambos problemas para siempre. Fue también en este período cuando la inflación alcanzó las temibles proporciones de dos dígitos. Además, en 1975 la ciudad de Nueva York experimentó su primera gran crisis de deuda, que resultó en un default parcial. Por supuesto, esta temida palabra, default, fue evitada; la virtual quiebra fue llamada, en cambio, stretchout (obligando a los acreedores de corto plazo a aceptar bonos de largo plazo de la ciudad de Nueva York).
Esta crisis es sólo la primera de muchas cesaciones de pagos de bonos estatales y locales en todo el país, porque los gobiernos estatales y locales se verán obligados cada vez más a hacer elecciones desagradables, debido a las "crisis", entre cortes radicales en el gasto, mayores impuestos que motivarán el alejamiento de la región de los empresarios y los ciudadanos de clase media, e incumplimientos en el pago de las deudas. Desde comienzos de la década del 70, también, se había hecho cada vez más evidente que los altos impuestos a la renta, al ahorro y a la inversión habían perjudicado a la actividad empresaria y a la productividad. Los contadores recién ahora comienzan a darse cuenta de que estos impuestos, combinados especialmente con distorsiones inflacionarias de los cálculos económicos, llevaron, en forma casi inadvertida, a una creciente escasez de capital y a un inminente peligro de agotamiento del vital stock de capital de los Estados Unidos. En todo el país se producen rebeliones fiscales; la gente reacciona contra los altos gravámenes que pesan sobre la propiedad, la renta y las ventas, y puede afirmarse con seguridad que cualquier nuevo aumento en los impuestos equivaldría a un suicidio político en todos los niveles del gobierno. Ahora se ve que el Sistema de Seguridad Social, alguna vez tan sagrado para la opinión estadounidense que estaba literalmente por encima de toda crítica, se encuentra tan irreparablemente deteriorado como lo habían advertido durante mucho tiempo los escritores libertarios y de libre mercado, Hasta el Establishment reconoce que el Sistema de Seguridad Social está en quiebra y que no es en ningún sentido un esquema genuino de "seguridad".
La regulación de la industria se considera un fracaso de tal magnitud que aun estatistas como el senador Edward Kennedy están reclamando una desregulación de las aerolíneas; incluso se ha hablado muchísimo acerca de la abolición de la ICC (Comisión de Comercio Interestatal) y la CAB (Oficina de Información al Ciudadano). En el frente social, el otrora sacrosanto sistema de enseñanza pública se encuentra bajo fuego. Las escuelas públicas, que necesariamente toman decisiones educativas para toda la comunidad, han generado intensos conflictos sociales sobre raza, sexo, religión y contenidos de la enseñanza. Las prácticas gubernamentales con respecto al delito y al encarcelamiento soportan intensas críticas: un libertario, el Dr. Thomas Szasz, ha logrado liberar casi sin ayuda a varios ciudadanos de la reclusión involuntaria, mientras el gobierno ahora admite que su política de intentar "rehabilitar" criminales, en la que había depositado tantas esperanzas, es un rotundo fracaso, La aplicación de leyes contra las drogas, como la prohibición de la marihuana, y, de leyes contra ciertas formas de relaciones sexuales, se ha malogrado por completo. En el país crece una sensación de repudio hacia todas las leyes que penan los crímenes sin víctimas, es decir, las que consideran crímenes a aquellos en los que no hay víctimas.
Cada vez resulta más obvio que los intentos de aplicar estas leyes sólo pueden ocasionar problemas y un virtual Estado policial. Dentro de muy poco tiempo, el prohibicionismo en lo que respecta a la moral personal se verá tan coeficiente e injusto como lo fue en el caso de la prohibición del alcohol. Junto con las desastrosas consecuencias del estatismo en los frentes económico y social, se produjo la traumática derrota en Vietnam, que culminó en 1975. El fracaso total de la intervención estadounidense condujo a una creciente revisión de toda la política exterior intervencionista que los Estados Unidos han venido sosteniendo desde Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt. La certeza cada vez mayor de que es preciso reducir el poder estadounidense, de que el gobierno de los Estados Unidos no puede regir exitosamente al mundo, es un concepto "neo aislacionista" paralelo a aquel según el cual es imperioso reducir las intervenciones del Gobierno Grande dentro del país. Mientras la política exterior estadounidense es aún agresivamente global, este sentimiento neo-aislacionista tuvo éxito en cuanto a limitar la intervención estadounidense en Angola durante 1976.
Quizá la mejor de todas las señales, la indicación más favorable del colapso de la mística del Estado estadounidense, de su cimiento moral, fueron las revelaciones de Watergate en 1973-1974. Watergate nos da la única gran esperanza de una victoria de la libertad en los Estados Unidos en el corto plazo, dado que, como nos lo estuvieron advirtiendo los políticos desde entonces, destruyó la "fe pública en el gobierno" —y ya era hora de que esto ocurriera—. Watergate dio origen a un cambio radical en las actitudes profundamente arraigadas de todos, independientemente de su ideología particular, hacia el gobierno, porque, en primer lugar, puso de manifiesto ante el público las invasiones a la libertad personal y la propiedad privada por parte del gobierno —micrófonos ocultos, drogas, interceptación de líneas telefónicas, intervención decorrespondencia, agentes provocadores, incluso asesinatos—. Watergate por fin sacó a la luz la suciedad del FBI y la CIA, antes prácticamente sagrados, y permitió una visión clara y desapasionada de ambas agencias. Pero lo que es más importante aun, al inculpar al presidente, Watergate desacralizó en forma definitiva una función que prácticamente tenía visos de soberanía para el pueblo estadounidense. Ya nadie considerará que el presidente está por encima de la ley; ya no le será posible actuar con falsedad. Pero lo más importante es que el gobierno mismo ha sido bajado de su pedestal.
Ya nadie confía en él ni en los políticos; ahora es objeto de una perpetua hostilidad, lo que nos retrotrae a ese estado de sana desconfianza hacia el gobierno que caracterizó al público y a los revolucionarios estadounidenses del siglo XVIII. Durante algún tiempo, pareció como si Jimmy Carter pudiera ser capaz de lograr su objetivo declarado de recuperar la fe y la confianza del pueblo en el gobierno. Pero debido al fiasco de Bert Lance y a otros pecadillos, afortunadamente no lo logró. La crisis permanente del gobierno continúa. En consecuencia, las condiciones están dadas, ahora y en el futuro de los Estados Unidos, para el triunfo de la libertad. Todo lo que se necesita es un movimiento libertario pujante y vital que explique esta crisis sistémica y señale el camino que nos saque de este estado de confusión creado por el gobierno. Pero, tal como vimos al comienzo de esta obra, es precisamente lo que hemos venido haciendo. Y ahora llegamos, al fin, a nuestra prometida respuesta a la pregunta que planteamos en el capítulo introductorio:
¿Por qué ahora? Si los Estados Unidos tienen una herencia de valores libertarios profundamente arraigada, ¿por qué salieron a la superficie ahora, en los últimos cuatro o cinco años? A ello respondemos que ese surgimiento y ese rápido crecimiento del movímiento libertario no es accidental, que está en función de la situación de crisis que azotó a los Estados Unidos en 1973-1975 y ha continuado desde entonces. Las situaciones críticas siempre estimulan el interés y la búsqueda de soluciones, y esta crisis hizo que numerosos pensadores estadounidenses se dieran cuenta de que el gobierno provocó este caos, y que sólo la libertad —el repliegue del gobierno— puede lograr que salgamos de él. Crecemos porque las condiciones están maduras. En cierto sentido, como en el libre mercado, la demanda ha creado su propia oferta. Esa es la razón por la cual el Partido Libertario obtuvo 174.000 votos al presentarse por primera vez a un cargo nacional en 1976. Y por eso The Baron Report, la autorizada publicación sobre temas políticos de Washington —que en modo alguno puede calificarse como pro libertaria—, negó, en un número reciente, las afirmaciones de los medios respecto de una tendencia hacia el conservadurismo en el electorado.
El informe señala, por el contrario, que "si existe alguna tendencia evidente de la opinión, es hacia el libertarianismo, la filosofia que lucha contra la intervención gubernamental y a favor de los derechos personales". El informe agrega que el libertarianismo resulta atractivo para los dos extremos del espectro político: "Los conservadores reciben con agrado esa tendencia en el momento en que indica el escepticismo público sobre los programas federales; los populistas socialdemócratas lo acogen con beneplácito cuando muestra la aceptación cada vez mayor de los derechos individuales en áreas tales como las drogas, la conducta sexual, etc. y la creciente reticencia del público a apoyar la intervención exterior"2. La fuerza del actual movimiento libertario queda demostrada por la intensidad de las críticas que ha recibido en los últimos tiempos por parte de los defensores del estatismo de izquierda, derecha y centro. Desde mediados de marzo hasta mediados de junio de 1979, la publicación populista socialdemócrata católica Commonweal, la izquierdista Nation y la derechista National Review atacaron al libertarianismo, cada una a su manera, y proclamaron la supremacía del Estado sobre el individuo.
El editorial de Commonweal en su número del 16 de marzo, titulado "In Defense of Government", resumió todas sus preocupaciones lamentando el hecho de que durante generaciones "no hubiera habido tantas personas inteligentes inclinadas a proclamar al Estado como el enemigo". Hacia la libertad en los Estados Unidos El credo libertario ofrece, por fin, la realización de lo mejor del pasado estadounidense juntamente con la promesa de un futuro mucho mejor aun. Los libertarios, incluso más que los conservadores, por lo general ligados a las tradiciones monárquicas de un pasado europeo felizmente obsoleto, están firmemente encuadrados en la gran tradiciónliberal clásica que construyó a los Estados Unidos y nos dejó en herencia la libertad individual, la política exterior no violenta, el gobierno mínimo y la economía de libre mercado. Los libertarios son los únicos herederos legítimos de Jefferson, Paine, Jackson y los abolicionistas. Y sin embargo, pese a que estamos más enraizados en la tradición estadounidense que los conservadores, en cierto modo somos más radicales que los radicales, no en el sentido de que tengamos el deseo o la esperanza de cambiar la naturaleza humana mediante el ejercicio de la política, sino en el sentido de que sólo nosotros proveemos una ruptura realmente definida y genuina con el estatismo invasor del siglo XX. La Antigua Izquierda únicamente aboga porque tengamos más de lo que estamos sufriendo ahora; la Nueva Izquierda, en último análisis, sólo propone un estatismo aun más agravado o un igualitarismo y una uniformidad compulsivos.
El libertarianismo es la culminación lógica de la ahora olvidada oposición de la "Antigua Derecha" (de las décadas de 1930 y 1940) al New Deal, la guerra, la centralización y la intervención estatal. Sólo nosotros queremos romper con todos los aspectos del Estado populista socialdemócrata: con su asistencialismo y su belicosidad, sus privilegios monopólicos y su igualitarismo, su represión de crímenes sin víctimas, tanto personales como económicos. Sólo nosotros ofrecemos tecnología sin tecnocracia, crecimiento sin contaminación, libertad sin caos, ley sin tiranía, defensa de los derechos de propiedad en la propia persona y en las posesiones materiales. Los hilos y los vestigios de las doctrinas libertarias están, de hecho, a nuestro alrededor, en grandes partes de nuestro glorioso pasado y en valores e ideas de nuestro confuso presente. Pero sólo el libertarianismo recoge esos hilos y esos vestigios y los integra en un sistema poderoso, lógico y coherente. El enorme éxito de Karl Marx y del marxismo no se debió a la validez de sus ideas —puesto que todas, verdaderamente, son falaces— sino al hecho de que se atrevió a tejer la teoría socialista dentro de un poderoso sistema. La libertad no puede prosperar sin una teoría sistemática equivalente y que ponga de manifiesto las diferencias; y hasta los últimos años, a pesar de nuestra gran herencia de pensamiento y práctica económicos y políticos, no hemos tenido una teoría de la libertad completamente integrada y consistente. Ahora tenemos esa teoría sistemática; venimos en plena posesión de nuestro conocimiento, listos para transmitir nuestro mensaje y cautivar la imaginación de todos los grupos que conforman la población. Todas las demás teorías y sistemas han fracasado de modo evidente: el socialismo está en retirada en todas partes, y sobre todo en Europa oriental; el populismo socialdemócrata nos ha sumido en un sinnúmero de problemas insolubles; el conservadurismo no tiene nada que ofrecer excepto la estéril defensa del statu quo. El mundo moderno nunca ha probado completamente la libertad; los libertarios proponemos ahora realizar el sueño estadounidense y el sueño mundial de libertad y prosperidad para toda la humanidad.
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(1) Para un análisis histórico más extenso, véase Rothbard, Murray N. “Left and Right: The Prospects for Liberty” En: Egalitarianism as a Revolt Against Nature, and Other Essays Washington, D.C., Libertarian Review Press, 1974, pp. 14-33.
(2) The Baron Report (3 de febrero de 1978), p. 2
Publicado en la Edición No. 962 correpondiente al Año XLIX Marzo de 2008
Murray N. Rothbard fue economista, historiador, filósofo, político, moderno iconoclasta y anecdotista, fue también un escritor magistral, apasionado y rigurosamente lógico, capaz de volver comprensibles los asuntos más complicados. Para él la economía no era mera estadística, ni tampoco un conjunto de leyes matemáticas que rigen automáticamente la existencia de los hombres, sino que es hija de la libertad de elegir que, a su entender , se ve limitada por la perniciosa intervención del Estado, al cual consideró como el principal violador de la libertad.
Este es un extracto de su libro: “Hacia una nueva libertad. El Manifiesto Libertario” de la Editorial Grito Sagrado, Buenos Aires, Argentina, 2005. Publicado con autorización.
http://independent.typepad.com/elindependent/2015/08/hacia-una-nueva-libertad-el-manifiesto-libertario.html

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