jueves, 4 de febrero de 2016

El cuadro que falta descolgar. Por Nicolás Márquez

cuadro guevaraDentro de las medidas graduales que el gobierno de Mauricio Macri viene llevando adelante desde su reciente asunción, una de ellas (si bien simbólica pero muy auspiciosa), fue la de ordenar quitar de la Casa Rosada los cuadros del dictador Hugo Chávez y su colega vernáculo Néstor Kirchner de la “Galería de los Patriotas”. El problema es que sendos cuadros no serán tirados a la basura sino trasladados al Museo del Bicentenario, pero ello no deja de ser un avance. En efecto, resultaba insultante que dos delincuentes de ese vergonzoso tenor ostentaran tan prestigioso sitial.
Sin embargo, dentro de este incipiente simbología gubernamental con la que prima facie simpatizamos, nos llama mucho la atención que todavía no hayan quitado también el cuadro del homicida serial Ernesto Che Guevara (situado en el mismo recinto pero en el piso de abajo), quien no sólo no fue ningún “patriota” sino que además llevó una vida signada por el odio, la violencia, el fusilamiento y la discriminación.
¿Qué hizo el “patriota” Guevara por su Patria acaso?. Pues no sólo no trabajar jamás sino apenas vagabundear adolescentemente a través del turismo aventura, para luego recibirse a los tumbos de médico en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Allí termina tajantemente todo el vínculo de Guevara con la Argentina, pues tras obtener el título universitario a la edad de 25 años, este aventurero se fue de su país a deambular por América Latina en 1953 y en ese azaroso peregrinar se puso de novio con una peruana comunista llamada Hilda Gadea (por cuyos rasgos aborígenes el propio Che la discriminaba y destrataba públicamente), quien a su vez le hizo conocer a su prometido a los jóvenes guerrilleros cubanos Raúl y Fidel Castro en México, con quienes simpatizó y se embarcó en la expedición que los iconográficos hermanos (a la sazón exiliados en el país azteca) venían preparando con el fin de volver a Cuba y darle un golpe de Estado al gobierno de Fulgencio Batista.
En 1956 Fidel, Raúl, el Che y unos 80 hombres más llegaron a Cuba en el famoso yate “Granma” y comenzaron allí la conocida guerrilla rural desde Sierra Maestra. Si bien el Sargento Batista terminaba su mandato como Presidente en febrero de 1959 y ya se habían sustanciado elecciones en noviembre de 1958 para elegir sucesor, Estados Unidos tomó la torpe decisión de que Batista renuncie anticipadamente dejando el terreno libre para que los hermanos Castro y sus adláteres tomaran el poder del Estado, el cual vienen ejerciendo a brazo de hierro desde entonces y hasta la actualidad, no sólo impidiendo el ejercicio de todas las libertades en Cuba sino que encima en la isla no se sustancia ninguna elección presidencial desde hace 58 años.
Tras hacerse con el poder, el dictador Fidel Castro de inmediato nombró al Che Guevara como cubano “de nacimiento” y le encomendó la tarea de manejar dos campos de castigo y exterminio a disidentes y homosexuales (“La Cabaña” y “Guanacahabibes” respectivamente).
Tras su cruel paso capitaneando los citados campos de exterminio, el Che ocupó dos cargos burocráticos con una notable ineptitud personal. Primero fue Presidente del Banco Nacional de Cuba (no sabía ni lo que era un cheque) y luego fue Ministro de Industrias dejando a Cuba desabastecida de azúcar, que era justamente su principal explotación industrial: Fidel Castro acabó expulsándolo de dichas responsabilidades.
Tras este fracaso administrativo, Guevara retomó sus andanzas guerrilleras en la región y las mismas se limitaron a tratar de llevar adelante dos golpes de Estado contra gobiernos democráticos. El primero contra el Presidente argentino Dr. Arturo Illia, manejando desde el Che desde la Habana a un contingente golpista que se instaló en los montes salteños (entre 1963- 1964) y que tenía como jefe local al agente castrista Jorge Massetti. El experimento fue un fiasco y tres años después, el propio Guevara tras malograr militarmente en el Congo (en donde ni siquiera combatió y pasó su tiempo jugando al ajedrez en los campamentos de Angola) intentó llevar adelante un golpe de Estado a otro Presidente democrático, en este caso contra René Barrientos en Bolivia, el cual había sido votado popularmente en las elecciones de su país en 1966. Fue en la altiplánica nación donde Guevara y los cubanos que lo acompañaban asesinaron a 49 aborígenes (entre militares y campesinos) y como es de público conocimiento, el invasor Guevara resultó detenido y posteriormente ejecutado por orden de las autoridades del país agredido.
En suma, el único emprendimiento relativamente “exitoso” que puede adjudicársele al “patriota” Che Guevara fue haber apoyado a Fidel Castro en su proyecto totalitario en Cuba. Pero en rigor, Guevara no fue más que un intrascendente acompañador del hábil Comandante Castro, ya que casi no hay dato alguno que nos dé cuenta de que el Che con su columna de combatientes haya ganado un tiroteo de relevancia o matado personalmente a un oponente en un enfrentamiento guerrillero. Eso sí, según confiesa el propio Guevara en su diario personal en Sierra Maestra, él mismo fusiló materialmente a 14 cubanos maniatados por indisciplina. Luego también fue conocida su participación en el poblado de Santa Clara a fin de diciembre de 1958 (la revolución cubana ya estaba virtualmente consumada), cuando Guevara traiciona a un contingente que viajaba en un tren blindado y este ordenó fusilar a 300 soldados que ya se habían rendido (de los cualesel propio Che ejecutó personalmente a 23) y como jefe del campo de concentración de “La Cabaña” (cargo que ejerció durante todo 1959), el propio Guevara le confesó al agente Félix Rodríguez en Bolivia haber ordenado 1500 fusilamientos, de los cuales él participó gatillando con su propio puño en 175 homicidios.
Estos y otros tenebrosos episodios que el propio Guevara anotó en su diario personal fueron luego justificados públicamente por él mismo, el 11 de diciembre de 1964 ante la Asamblea de la ONU, cuando sin empacho espetó: “Fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”.
Su nunca disimulado racismo visceral lo llevó a disparar conceptos como los siguientes. Sobre la raza negra afirmó: “Los negros, los mismos magníficos ejemplares de la raza africana que han mantenido su pureza racial gracias al poco apego que le tienen al baño”. Sobre los indígenas argentinos anotará “en este tipo de trenes hay una tercera clase destinada a los indios de la región… es mucho más agradable el olor a excremento de vaca que el de su similar humano…la grey hedionda y piojosa… nos lanzaba un tufo potente pero calentito”. A los aborígenes mexicanos los definió como “la indiada analfabeta de México”. Sobre el campesinado boliviano subrayó “son como animalitos”. Por su condición de asesino serial se autodefinió como “una máquina de matar”; por su fanatismo enfermizo sostenía que la moderación es una de “las cualidades más execrables que puede tener un individuo”; se consideraba a sí mismo como “todo lo contrario a un cristo” y confesó sentir un profuso “odio a la civilización” a la vez que enseñó que “la más fuerte y positiva de las manifestaciones pacíficas, es un tiro bien dado a quien se le debe dar”.
Sus apologistas lo veneran alegando que su peregrino arquetipo “murió por un ideal”, cuando lo trascendente en Guevara no es cómo murió él sino cuánta gente murió por culpa de él.
Bien por el gobierno de Macri que está tomando el toro por las astas al quitarles homenaje a malvivientes que no merecen reconocimiento alguno, pero que estas incipientes medidas no les hagan olvidar que hay canallas peores que aun no han sido descolgados: Guevara es el principal de ellos.
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